Juana de Castilla (Madrid, 28 de febrero de 1462 – Lisboa, 12 de abril de 1530)

La única hija y heredera de Enrique IV y de su segunda esposa, Juana de Portugal.
Juana de Portugal, hija del rey Eduardo I de Portugal y de la infanta Leonor de Aragón, fue la segunda esposa del rey castellano, Enrique IV. Tras siete años sin hijos, al final Juana dio a luz a una niña, llamada como su madre, Juana. Según algunas fuentes, el embarazo de la reina fue posible mediante una técnica de inseminación artificial, practicada en aquella época por los médicos judíos. El resultado fue un éxito y el nacimiento de la infanta trajo gran alegría al rey Enrique.
Según un cronista de Madrid, “… Asistieron al parto de un lado: Enrique conde de Alba de Liste, el rey, el marques de Villena… Fueron padrinos el conde Armañaque Embajador de Francia y el marques de Villena y madrinas la infanta Isabel y la marquesa de Villena. Sacola en brazos el conde de Alba de Liste.”
Como mencionan las crónicas castellanas, “…el rey mando fazer grandes fiestas, mostrando grande alegría; e mando luego que todos los grandes jurasen aquella princessa heredera destos reynos…”.
El 9 de mayo de 1462, pocos meses después de su nacimiento, en la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid, Juana fue jurada ante las Cortes como princesa de Asturias y heredera del reino. Todo fue alegría y nadie en estos momentos cuestionó la legitimidad de la princesa Juana.

Parece que todo cambió cuando en el año 1464 el rey nombró a su válido, Beltrán de la Cueva, maestre de la Orden de Santiago, provocando una indignación de Juan Pacheco, marqués de Villena, quien estuvo al lado de Enrique desde su infancia y se vio de repente sustituido por un nuevo válido. Los nobles del reino se dividieron en dos bandos, con los Mendoza (Beltrán de la Cueva estaba casado con la hija de Diego Hurtado de Mendoza) apoyando al rey, y los Pacheco, interesados en apartar a Juana de la sucesión y deslegitimar al rey.

Como resultado se formó una Liga nobiliaria, encabezada por don Juan Pacheco, con la intención de exigir a nombrar al medio hermano del rey Enrique, Alfonso de Castilla, como heredero del reino.
Juana tenía solo dos años durante el apogeo de las revueltas nobiliarias contra Enrique IV, que la acusaron de ilegítima y tomaron partido por el infante Alfonso.
Durante la Farsa de Ávila, el 5 de junio de 1465, el infante Alfonso fue proclamado rey y firmó un manifiesto en el que se afirmaba la impotencia del rey y la ilegitimidad de la princesa Juana, mencionando por primera vez que su padre era Beltrán de la Cueva. La idea fue de Juan Pacheco, marqués de Villena, quien de ese modo quería vengarse del favorito del rey y conseguir para si el cargo de maestre de la Orden de Santiago.

Mientras tanto, la princesa Juana fue confiada al cuidado de unos nobles. Hasta los ocho años permaneció bajo custodia del conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza. Creció al cuidado de la nodriza Beatriz Suárez y su marido Alfonso de Sequera: el 16 de noviembre de 1465 la recompensó Enrique IV mediante un juro de 120 000 maravedís, y el 15 de enero de 1466 su marido obtuvo las alcabalas y tercias de Torregalindo “por la criança de la dicha princesa, my fija”.
A comienzos de agosto de 1467, la infanta Juana fue puesta bajo custodia de los Mendoza en Buitrago. Mientras estuvo conviviendo con la familia Mendoza, Juana tuvo acceso a una educación humanista refinada basada principalmente en la literatura y el arte.
Las acusaciones de ilegitimidad más fuertes empezaron a la muerte de Alfonso “el Inocente”. No habiendo un heredero varón, siendo ambas, Juana e Isabel, mujeres, está claro que a la segunda le interesaba enormemente que su sobrina fuera reconocida como ilegítima.
Ante la presión de los nobles, partidarios de Isabel, el rey deshereda a Juana, al reconocer el 18 de septiembre de 1468, en el Tratado de los Toros de Guisando, como heredera a su hermana.
Todo cambió al casarse Isabel en secreto en 1469 con Fernando de Aragón, incumpliendo de ese modo el tratado de Toros de Guisando que comprendía la imposibilidad de matrimonio de Isabel sin el consentimiento del rey Enrique.
En el intento de asegurar el futuro de su hija, el rey la promete en matrimonio con el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia.
En 1470, en Medina del Campo, se firmaron las capitulaciones matrimoniales entre Juana y el duque de Guyena. A petición de los embajadores franceses, Enrique IV revoca el Tratado de los Toros de Guisando y jura sobre la cruz del pectoral del cardenal de Albi, uno de los embajadores de Luis XI, junto con su esposa, que Juana era su hija legítima.
El 25 de octubre de 1470 se celebró la ceremonia de la Valdelozoya en la que se declaró heredera al trono de Castilla a Juana. En el mismo lugar, en la ermita de Santiago, se celebraron los desposorios de Juana, de 8 años, con representante del duque de Guyena, el conde de Boulogne. Sin embargo, la boda nunca se llegó a celebrar porque el duque falleció en 1472.
Fallido el intento de matrimonio con el duque de Guyena, para conseguir el apoyo para su hija, Enrique IV volvió a intentar casarla con el infante de Portugal, pero el 11 de diciembre de 1474 el rey murió y su testamento desapareció.
El asunto de testamento desaparecido es de gran importancia. Los partidarios de Isabel sostuvieron que el rey no dejó testamento, pero según Lorenzo Galindez de Carvajal (1472-1528), cronista castellano, un clérigo de Madrid custodió en documento y huyo con él a Portugal.
A pesar de los rumores que hicieron correr los partidarios de Isabel, parece sí que existió el testamento del rey Enrique, donde declaraba a su hija, Juana, su legítima heredera, dejando por sus testamentarios al marqués de Villena, al conde de Benavente y al obispo de Sigüenza. Según Galindez de Carvajal, el testamento estuvo en poder del secretario real Joan de Oviedo, quien:
“y este testamento dexo Joan de Oviedo en poder de un clérigo, cura de Santa Cruz de Madrid, el qual con otras muchas scrituras lo llevo en vn cofre, y lo enterro cerca de la villa de Almeyda, ques en el Reyno de Portugal, porque esto no le fuesse tomado. Y esto vino a noticia de la Reyna Catholica mediante cierto auiso, que dello dio el Bachiller Fernando Gomez de Herrera, vecino de Madrid, que era amigo del dicho cura; al qual y al dicho cura Su Alteza imbio desde Medina del Campoo el año de Quinientos y quatro, estando ya mal dispuesta de la enfermedad que falleció, a traer el dicho cofre con las scrituras. Y lo traxeron pocos días antes que falleciesse y no lo pudo con su indisposición ver. Y quedo todo en poder del dicho Hernan Gomez, y mediante el Licenciado Çapata del Consejo…lo supo el Rey Catholico, que quedo por Governador del Reyno, y dicen, que lo mando quemar. Otros afirman, que quedo en poder de aquel Licenciado Çapata, y por este servicio al dicho Hernan Gomez se hicieron después algunas mercedes entre las quales le fue dada vna Alcaidia de la Corte…” (Memorial o Registro Breve de los Reyes Católicos, L. Galindez de Carvajal)
Este testimonio es importante porque Carvajal acompañó a la reina Isabel en Medina del Campo y fue testigo de su Codicilo y los últimos momentos de su vida.

El 13 de junio de 1475 murió en Madrid, en el Convento de San Francisco, la reina Juana de Portugal, la persona que más luchaba por la legitimidad y derechos de su hija, la princesa Juana. Según las crónicas “…la rreyna doña Juana, que estava en Buytrago con su hija, luego que supo como la ynfanta hera jurada por princesa, fue muy triste, asi por la desonrra que de ello le venia como por la perdiçion de su hija, de que a la verdad hablando sin afliçion e syn pasión, gran culpa e cargo se le debe dar, porque sy mas onestamente ella bibiera, no fuera su hija en gran vituperio tratada”. (Diego Enríquez del Castillo, capellán, cronista y consejero real de Enrique IV). Se refiere a que el embarazo de la reina de Pedro de Castilla, sobrino del arzobispo Alonso de Fonseca, durante su estancia en el castillo de Alaejos, no favoreció a la causa de la princesa.
Después de la muerte de Enrique IV, la gran parte de la nobleza apoyó a Isabel y la unión de las coronas de Castilla y Aragón, pero algunas familias muy poderosas de Castilla apoyaron a Juana. Así, Juana fue reconocida como reina por Diego López Pacheco y Portocarrero, marqués de Villena, por el duque de Arévalo, marqués de Cádiz y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo.

Los nobles partidarios de Juana pidieron al rey de Portugal, Alfonso V, que defendiera el derecho de su sobrina y le propusieron que se casara con ella. Alfonso aceptó y, pasando la frontera con 1600 peones y 5000 caballos, avanzó por Extremadura. En abril de 1475, Juana llega a Trujillo donde tiene lugar la boda por poderes, después se marcha a Plasencia. Por su parte, el rey de Portugal también llega a Plasencia y en mayo de 1475 se desposa con Juana (de 13 años en este momento), a la vez que envía mensajeros a Roma para pedir la dispensa papal.
Según las crónicas portuguesas, la boda se realizó en la Plaza Mayor de la ciudad, delante todo el pueblo, con los tronos reales presentes y con toda la iconografía castellana y portuguesa.
La boda estuvo llena de espectáculos y celebraciones para mostrar la unión entre los dos reinos, con juegos, música y danzas. La ciudad de Plasencia estaba totalmente decorada.
A Alfonso y Juana se les proclamaron reyes de Castilla y enviaron cartas a las ciudades reclamando la fidelidad. En estas cartas Juana aseguraba que Enrique IV antes de morir la declaro su única hija y heredera.
Además, Juana, tratando de evitar la guerra civil, propuso resolver el problema de sucesión con el voto nacional: “Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra”. Pero a pesar de su intento, la guerra ya era inevitable.
Alfonso V avanza tomando varias ciudades, Toro, Zamora y Arévalo, hasta llegar a Burgos, con el cuartel general en Toro, donde se instala Juana como reina. Según los testimonios, en Toro Juana tenía su corte con gran magnificencia y parece que demostraba grandes dotes de reina, a pesar de su corta edad.
Mientras tanto, Isabel y Fernando se prepararon para rechazar al ejército portugués y reunieron a 4000 hombres de armas, 8000 jinetes y 30.000 peones.
La ciudad de Burgos fue fiel a Isabel, pero era necesario sitiar su castillo, custodiado por el partidario de Juana, Íñigo de Zúñiga. El 28 de enero de 1476 el castillo se rindió a Alfonso de Aragón, hermano de Fernando. Este hecho hizo perder el prestigio a Alfonso de Portugal y empezó la disolución del partido de Juana.
En el día de la batalla de Toro, solo Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, estaba al lado del rey portugués. La batalla de Toro no tenía un claro vencedor, pero Fernando de Aragón se proclamó ganador enviando mensajes a todas partes y su política tuvo el éxito.
Después de la batalla de Toro, el rey de Portugal regreso a su reino. Pero antes hizo dos grandes operaciones militares intentando capturar primero a Fernando (durante el cerco de Cantalapiedra) y después a Isabel (entre Madrigal y Medina del Campo.)
Mientras tanto, el papa Sixto IV, presionado por Isabel y Fernando, anula la dispensa matrimonial de Alfonso V y Juana.
En las negociaciones de 1478 en Alcántara, Isabel da pocas opciones a la pobre Juana, o el compromiso de la “hija de la reina” con su propio hijo Juan, de un año de edad, fijándose además una indemnización en el caso de que la boda para la que faltaban 15 años, no llegara a consumarse (dejando así a su hijo la opción de no aceptar a Juana por esposa) o entrar en un convento portugués. Juana eligió la segunda opción.
Al llegar a Portugal, Juana solo tenia 17 años, pero ya se acabo para ella la lucha por la corona de Castilla. Se retiró al monasterio de Santa Clara de Santarém el 5 de noviembre de 1479, y después al monasterio de Santa Clara a Velha de Coimbra. Isabel, siempre sospechando el engaño, envió a Díaz de Madrigal y Hernando de Talavera (confesor de la reina) para ser testigos de la ceremonia.
A pesar de los votos pronunciados por Juana, su mano fue solicitada en 1482 por Francisco Febo, heredero de Navarra, hijo de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, hermana de Luis XI de Francia. Sin embargo, la muerte de Francisco Febo impidió seguir con el asunto.
Incluso el propio Fernando de Aragón, una vez que se quedó viudo de Isabel, propuso matrimonio a Juana con la intención de quitar el reino de Castilla a Felipe de Austria, que gobernaba en nombre de su esposa Juana, la hija de Fernando e Isabel. La oferta fue rechazada.
Sin embargo, el embajador de Fernando en Flandes, Fuensalida, escribió el 22 de diciembre de 1504, que don Felipe temía un nuevo matrimonio del rey y especialmente con:
“aquella señora que esta en Portugal, que se llama Reina de Castilla, y que el Rey podrá tomarla por muger, y con el titulo de aquella, poseer el Reyno.”

En el año de la muerte de la reina Isabel, Juana, de 42 años, residía en el castillo de San Jorge, donde tenía su pequeña corte. Entre sus damas estaba doña Ana de Mendoça, la madre de don Jorge, hijo bastardo de Juan II de Portugal. Una de sus camareras de honor era doña Brites da Silva, esposa del conde de Abrantes. Tenía músicos de capilla, capellanes, escribanos y reposteros. Y hasta el fin de sus días, Juana firmaba sus cartas con las palabras “Yo la reina”.
A pesar de la anulación del matrimonio, Alfonso V siguió transfiriéndola una renta anual como a un miembro de la familia real y en 1480 le dio valía de infanta y la Excelente Señora, tratamiento que se hará costumbre en Portugal.
El siguiente rey, Juan II, continuó ayudándola y confirmó el permiso de residir fuera de convento a pesar de las protestas de los reyes católicos.
Desde que en el año 1483 abandonó el convento para instalarse en el palacio de la condesa de Abrantes, Isabel vigilaba cada uno de sus movimientos. A partir de 1479 ya nadie discutía su poder. ¿Por qué estaba tan preocupada por Juana? Todo apunta que probablemente sabía que era verdadera hija de Enrique IV y por eso representaba un peligro político.
En lo que se refiere a su carácter y la forma de ser, según el historiador Tarsicio de Azcona, “Basta pensar que aquella mujer se enfrentó a una encrestada montaña de problemas y tuvo coraje para tomar soluciones tajantes en la vida. No debió heredar la indolencia de su padre, sino la vivacidad de la madre”.
No se sabe nada de su formación debido a la ausencia de los documentos, según parece, destruidos. Así desapareció el acta de juramento de Juana de 1462, las capitulaciones matrimoniales con Alfonso V, entre otros. Parece bastante evidente que los Reyes Católicos pusieron en marcha una importante campaña para destruir cualquier recuerdo de la existencia de la princesa Juana.
Según los estudios de los pocos documentos escritos con su propia mano, su caligrafía es difícil de leer, pero enérgica. La fluidez del trazo demuestra que escribía con frecuencia.
En 1522 Juana en su testamento dejo sus derechos a la corona de Castilla al rey Juan III de Portugal. Declaraba que Carlos I de España reinaba “contra derecho y fuerza” porque sus abuelos, los reyes católicos, “habían incurrido en crimen de lesa majestad” arrebatándole por fuerza su corona.
Murió el 28 de julio de 1530 a los 68 años de edad y fue enterrada en el monasterio de Santa Clara de Lisboa. El rey Juan III de Portugal y la reina Catalina (la nieta de Isabel la Católica) se pusieron de luto y mostraron su profundo dolor por la muerte de Juana.
Sus restos mortales desaparecieron a consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755.